Me miro la mano y veo la sangre.
La veo manar desde mi vientre piñata,
no importa cuántas veces lo golpee
nunca saldrá una niña.
Froto mis dedos con curiosidad
nunca vi una realidad que me hablara de mí
y mi dolor,
ahora que éste se ha callado.
¿Cómo hago para que me hablen de mi ausencia?
Y hurgar dentro buscando el botón de reinicio
escuchando la melodía del silencio
a media voz entre un dolor que ciega
y unos gemidos que ya no suenan a nada.
Me doy cuenta de que no importa cuánto sangre,
que no importa mi sangre
ni la apertura desde la que bombea,
que este cuerpo va a morir y a desaparecer,
sin dejar un legado.
Edificio vacío,
todos los vanos condenados.
Quiero meter mi mano ensangrentada dentro de mí
por un butrón que me haga en el ombligo
y buscar tranquila o desesperada,
buscar ahí dentro, a tientas,
un alma.
Tan sólo un alma.
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