martes, 20 de marzo de 2018

Algo desaparece. Nadie se pregunta por ello


Una mano caliente y otra fría atrapan mi cuerpo.
Desde el escaparate miro a la de verdad desayunar
y paso hambre de autenticidad.
Su gesto sutil y pleno.
Sonríe sin pensarlo por un segundo
y pienso en todas las guerras que he perdido
y que me han llevado a ser una esclava convencida.
Su mirar cansado de reflejo invoca procesiones internas
donde hay que lamentarse porque el muerto
no quiere llevar una camiseta de fútbol,
ni tampoco piensa que merezca la cortesía de un vestido
de flores sobre un fondo negro plisado.
Ahora cuando ella simplemente es
yo sólo puedo mirarla anonadada,
como si viera un milagro de la naturaleza
del que sé que no soy partícipe pero al que
arrogante,
aspiro,
lanzando mis brazos hacia delante
con la esperanza de abrazarme a algún árbol por el cuello
y desaparecer en mi cénit de locura
mientras aún crea que puedo ser mujer.
Ella persiste más allá de mi mirada
simplemente existiendo delante de mí.
Exhibición improvisada de divinidad despistada,
sin articular palabra
quedo sonriente y absorta
agradeciendo la bendición de una presencia
que me devuelva al umbral
desde el que llamar con urgencia
escapando de un lobo
al que nunca seré capaz de volver.
Después de la observación no quedan conclusiones,
el fenómeno ha desaparecido y se ha llevado consigo
la virtud de la experiencia.
Quedo yo, medio formada,
muralla a la que no le dio tiempo a defender nada
esperando ser algún día
los contornos de otro cuerpo bendecido,
las paredes de otra indiferente casa.

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